El cuidado de la infancia: Paradigma necesario en la sociedad de hoy y mañana

Porque “la verdadera patria del hombre es la infancia.” [1]

Siempre se dice que la educación es la vía hacia el desarrollo de una persona, de una sociedad, de una nación. Sin ánimo de desestimar el incalculable valor que tiene la educación, desde mi lugar como psicóloga y profesional independiente, pienso que la verdadera transformación ocurre dentro del mundo familiar.

Es la familia aquello que define lo que pasa con nuestros niños en formación y, por ende, lo que se escribe en materia de nuestros futuros ciudadanos. Es en ese lugar, y en las relaciones y experiencias que allí acontecen, lo que determina en buena cuenta qué camino tomará nuestro país. Es, pues, en el día a día familiar, que escribimos las historias individuales y al mismo tiempo colectivas que tienen una profunda trascendencia en nuestra construcción como sociedad.

“La familia es el lugar donde el individuo se hace persona”, decía Alfredo Painceira [2] durante el Congreso de Maternidad, Paternidad y Vínculo Temprano de la APPPNA [3], allá por el año 2005. Hacernos personas, humanizarnos, requiere de un proceso sensible de crecimiento en compañía de otros seres humanos adultos, equipados para cuidar de los pequeños, haciéndose aquellos responsables de éstos. En este escenario, hijos y padres, padres e hijos, conforman un binomio inseparable, siendo los padres actores protagónicos en el proceso de humanización de sus hijos.

Como padres, cuidar de nuestros hijos involucra quizás la tarea de mayor trascendencia en nuestras vidas. ¿Entendemos verdaderamente la profundidad de dicha tarea?

Para los niños, los adultos somos muy importantes pues les proveemos de  sentimientos de seguridad que ellos, por su corta edad, no pueden aún conquistar por sí solos [4]. Nuestra forma de cuidar de los niños, así como nuestra manera de relacionarnos con ellos, va a depender inmensamente de nuestras experiencias, ideas, creencias y afectos en torno a lo que es ser niño y el universo que hay alrededor de ello. Y, dependiendo de lo que habite dentro de nosotros, se definirá el modo en que nos conectaremos con la niñez, con nuestros hijos, con cualquier niño frente a nosotros, con el niño que llevamos dentro. Son nuestros paradigmas mentales y emocionales los que determinan nuestra ética frente a la niñez. Si, como sociedad, tan solo pudiésemos tomar conciencia de la belleza, la fortaleza, las posibilidades pero, a la vez, la fragilidad que se esconde detrás de la infancia, quizás crearíamos un mundo diferente.

Escribo y al mismo tiempo evoco mi gran asombro al pasear por Lima hoy y reconocer la ciudad como una urbe en crecimiento, con un desarrollo de infraestructura y modernidad increíbles, nunca antes visto en mis 38 años de vida. Desarrollo, modernidad y crecimiento económico, contrastan profundamente con el lugar que ocupan los niños en los espacios urbanos y, por tanto, en nuestros paradigmas mentales, en nuestros afectos, en nuestra sociedad [5].

Alguna vez una pareja de amigos uruguayos que vivió durante una temporada breve en la ciudad de Sao Paulo (Brasil) junto a su primer hijo, cuando éste tenía menos de un año de edad, nos relataron a mí y a mi esposo sobre el amor que las personas de ese lugar tenían por los niños. Cómo, cuando iban con su hijo pequeño por las calles, todas las personas que entraban en contacto con él le regalaban cuando menos una sonrisa o algún comentario amable. A mi amiga, en particular, le parecía extraordinario que por llevar a su niño con ella, recibiera tanta atención y tan buen trato por parte de las personas a su alrededor. Como si dicha sociedad, simbólicamente, abrazara a los niños y a sus padres y gestara así un lugar más seguro para ser niño y crecer [6].

Nuestra propia historia personal se entreteje con experiencias vividas de niños y en nuestros recuerdos emergen siempre figuras adultas significativas que no necesariamente eran mamá o papá. Tal vez era el cartero que nos sonreía, o el conserje del edificio que nos trataba con gran amabilidad, o la incondicional empleada de casa que nos rascaba la espalda para adormecernos, o la abuela paterna que era especialmente dulce y consentidora, o la señora del departamento o casa de al lado que tenía siempre comentarios alegres y entusiastas en relación a nosotros. Todos estos ejemplos tienen como común denominador la presencia de algún adulto que se detiene a mirar de forma sensible, empática y significativa a un niño, otorgándole respeto, sentido y dignidad. Viéndolo de esta manera, cada adulto que interactúa con un niño contribuye a escribir un pedazo más o menos importante de la historia de ese niño en particular.

Recuerdo el relato de una querida amiga. De pequeña ella era una niña muy triste; alguna vez un señor – que representaba para ella la figura del abuelo – la cargó en brazos y comentó: “Esta niña me preocupa; todo el tiempo la veo triste”, momento que se inscribió en sus recuerdos de infancia para siempre. Quizás este señor era la primera persona que se detenía a pensar en su tristeza y, al verbalizarla, le comunicaba a ella que estaba al tanto de lo que pasaba dentro de su corazón. También recuerdo al sobrino de 4 años de una muy querida amiga mía, que vivía en casa con ella en la ciudad de Santiago de Chile. Mi visita, de escasos 4 días, estuvo impregnada por mi parte de una gran conexión con este niño. Cuando, después de muchos años, conversaba por teléfono con mi amiga siendo su sobrino ya un adolescente, ella me decía con tono de sorpresa y complicidad: “Aún se acuerda de la tía Joan, ¿puedes creerlo?”.

Así, proveer a los niños – a nuestros hijos o a cualquier otro niño [7] – de esta mirada sensible, amable, empática y acogedora, conectándonos genuinamente con ellos, haciendo un espacio en nuestra mente para ellos, para reconocerlos, pensarlos, subjetivarlos, significarlos, simbolizarlos, valorarlos, comprenderlos, desde su propia individualidad y momento evolutivo, es un aspecto crucial del cuidado de la infancia que propongo en estas líneas.

Mamás y papás estamos llamados a cumplir nuestra tarea, la de facilitar el proceso de humanización de nuestros hijos e hijas y ayudarlos a hacerse personas. Más aún, todos los adultos alrededor de los niños (abuelos, educadores, cuidadores, etc.), en buena cuenta todos los peruanos, estamos llamados a contribuir con el cuidado de nuestros niños y niñas para así gestar una infancia más feliz y hacer posible el sueño de una mejor sociedad.

Los procesos de cambio y transformación profunda necesarios para que nuestra sociedad se encauce son impostergables; se encauce no sólo hacia un crecimiento económico boyante, y con ello todos los privilegios que de éste devienen, sino más bien a una transformación interior, a aquella que ubique la infancia en el centro de nuestras preocupaciones y reflexiones. El cuidado de la infancia es, pues, el paradigma necesario en la sociedad de hoy, mañana y siempre.

Por mi parte, he decidido dirigir mi formación y experiencia profesional a escribir, comunicar y llevar este mensaje donde se necesite; a facilitar que cada vez más personas escuchen la voz de los niños y vean y sientan el mundo con ojos y corazón de niño. Cuenten conmigo para esta tarea [8].


  1. Rainer Maria Rilke 
  2. Médico psiquiatra y psicoanalista de origen argentino. 
  3. Asociación Peruana de Psicoterapia Psicoanalítica de Niños y Adolescentes. 
  4. O, en todo caso, están en proceso de ir conquistando día a día 
  5. Francesco Tonucci, también conocido como Frato, es un pensador, psicopedagogo y dibujante italiano al que vale la pena conocer y leer sobre estos y otros temas relevantes 
  6. Y para ser padres también 
  7. Porque un niño es todos los niños. 
  8. Sobre el sub-título de este artículo: Alguna vez tuve un sueño, poco después de concebir esta plataforma web. Soñé que una colaboradora se me acercaba al final de una jornada de trabajo para consultarme sobre su hija. Al preguntarle por el nombre de su niña, me respondió: “A-la-semilla”. Desde ese momento supe que era la infancia la que quería llamar mi atención – los niños como la semilla de la cual germina la vida y la semilla de la sociedad – y que debía escuchar este llamado. Y, bueno, aquí me tienen, escribiendo sobre aquello que he podido comprender y aprender de la infancia y lo que es ser niño